Palabras de Natalia Díaz Riverón, Directora Provincial de la Radio, en la despedida a Ernesto Santiesteban Velázquez, aprovechando el recorrido por las Medios de Comunicación del territorio de Joel Queipo Ruiz, miembro del Comité Central del Partido y nuevo primer secretario del Comité Provincial del Partido en Holguín.
Cuando pase el tiempo, que podrá ser una década o un siglo, o todavía más, vendrán los historiadores y también los sociologos, los economistas y los politologos, y con la claridad que da la perspectiva en el tiempo, podrán hacer valoraciones objetivas... sin embargo, mi valoración no lo es, porque yo viví el mismo empeño y el mismo tiempo. Mi valoración sobre la obra de Ernesto Santiesteban en Holguín no es racional del todo, es (y lo digo con sinceridad), una valoración sentimental.
Lo que hoy le diga, Secretario, es lo que pensé desde hace mucho, pero lo había callado, para que no me acusaran de exceso de confianza, o peor, de guataquería.
Usted tiene cara de lo que es, holguinero. Pero, por favor, no me pidan que explique la diferencia entre la cara de un natural de esta tierra y otro que no lo es. Un holguinero mira con una ternura particular, habla con un ritmo propio, piensa en la tierra en que vivimos y se nota que más que pensar, está sintiendo.
Yo no sé si es bueno o malo actuar como holguinero en Holguín. Porque a la verdad que necesitamos crear un pensamiento que dibuje en la mente de los demás el Holguín que queremos. Y luego de imaginarlo, comenzar a construirlo. Sin embargo los holguineros somos unos sentidores y eso me pareció usted desde el principio. (Insisto que no sé si es bueno o malo, aunque a mi me gustó y me gusta eso de usted).
Usted no me parecía “un cuadro” (y dejenme explicarme antes de pensar que eso es malo). Por su cara de holguinero, y su mirada y ritmo de holguinero, lo que usted me parecía era uno de aquellos muchachos entrañablemente cercanos en la memoria, que hicimos el pre juntos. Y porque así lo sentía, casi que podía escribir un curriculum suyo, decir de usted porque a usted lo vi en los pasillos del pre, en los naranjales del pre, en las aulas y dormitorios del pre, de la vez en que dio el primer beso, de la vez en que enfrentamos una injusticia juntos, de la vez en que lloramos juntos y de la vez en que ganamos popularidad por ser quienes mejor bailamos la música que entonces estaba de moda. Eso es lo que me parecía usted y en eso pensaba yo, cada vez que debí compartir el mismo espacio suyo, en tantas reuniones, tantas.
Pero no deben creer nada de lo que dije antes sobre el curriculum, porque yo no conocí a Ernesto antes y porque un amigo me dice mucho y muchas veces que trabajar en la radio me hizo novelera, o sea, que como mismo el Quijote veía su realidad dentro de una novela de caballería, yo la veo como si fuera una radionovela.
En las radionovelas es muy cómodo vivir, por las dificultades de la vida que hay que vencer las ponen los guionistas (y por el final feliz del que antes les hablé). Dificil es la vida real. En la vida real creamos utopías, que es un sueño de sociedad nueva. Pero los sueños no siempre se hacen realidad, a pesar del esfuerzo gigantesco de unos y de los deseos grandes de la mayoría. Es tremendo construir el futuro, que por lo común es el tiempo que otros van a vivir.
Eso es lo que vi que usted hacía. Siempre grato, delicado, sin dejar que los huracanes que todos llevamos dentro, se le desbordaran. Y siempre con una sonrisa tan igual a la de los campesinos, que son esas sonrisas condescendientes, que entienden que no todos tenemos la misma fuerza y que todos nos merecemos una vida mejor.
Fue bueno, secretario (porque así le vamos a decir siempre, aunque tenga otros cargos u otros títulos), fue bueno caminar con usted por esta cuerda floja que es lo cotidiano, haciendo equilibrio entre la audacia, la trasgresión y la cautela, a fin de salvar la estabilidad, la unidad y cumplir con las metas. Y fue bueno tenerlo, tan campesino como siempre, tan decidido a arar la tierra, toda la tierra, como los campesinos, que no les importa el lo intenso que sea el laboreo, si al final vemos la siembra florecer.
Fue bueno oirle sus discursos tan cotidianos, que más que discurso siempre me parecieron conversaciones entre gentes que se quieren, porque quien tiene que hablar todos los días y entenderse con todos no puede hablar como los poetas o los filosofos. Quien se tiene que comunicar con todos a la vez, no tiene que tener discursos sublimes, sino decir la verdad llana.
Tampoco es que vaya a estar hablando toda la tarde. No hace falta cuando lo que quiero es decirle que lo queremos. Ya les tocará hablar a los historiadores y también los sociologos, los economistas y los politologos. Ellos serán quienes especulen y lleguen a conclusiones sensatas, racionales. Ahora solamente hace falta saber que aquí quedamos quienes conocemos su obra y también su militancia como pasión y su valentía para tratar de acertar y la moral no como consigna y la inconformidad con la obra propia. Creo que esas son razones más que suficientes contra el olvido. No lo olvidaremos. No nos olvide.
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