La figura delgada de Celia Sánchez Manduley, su trato amable, ropa sencilla, muchas veces con cómodas alpargatas y que manejaba ella misma un pequeño jeep plástico sin escolta, hacían difícil asociarla con la heroína de la República de Cuba y una de las figuras imprescindibles de la Revolución.
Esta mujer cuyo nombre está asociado indisolublemente con los acontecimientos revolucionarios más importantes de nuestra isla rebelde. Celia nació en el Central Isabel, Pueblo Nuevo, Media Luna, Oriente, el 9 de mayo de 1920.
En los momentos más difíciles de la guerrilla, marchó al encuentro de la compañía de Frank País, Faustino Pérez, Haydée Santamaría y otros miembros de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio para coordinar el apoyo desde el llano, y guiar al periodista del New York Times, Herbert Matthews a la presencia de Fidel. La publicación de la entrevista que el periodista hiciera al líder de la guerrilla echaría por tierra la propagada batistiana basada en la supuesta muerte del Comandante.
Fue la primera mujer que ocupó la posición de soldado combatiente en las filas del Ejército Rebelde, Fidel la envió de nuevo al llano con importantes encomiendas.
En una carta enviada por la comandancia guerrillera de la Sierra Maestra a Frank País se patentizó el papel vital de Celia durante la guerra cuando escribieron: “cuando se escriba la historia de esta etapa revolucionaria, en la portada tendrán que aparecer dos nombres: David (Frank País) y Norma (Celia Sánchez)”.
Celia tuvo el 4 de septiembre de 1958 un papel destacado en la creación del batallón femenino Mariana Grajales, que operaba en la zona de La Plata, Sierra Maestra, como apoyo a la retaguardia guerrillera. Este hecho demostró que las mujeres cubanas también podían ocupar posiciones de combatientes guerrilleras en los combates contra las fuerzas militares de la tiranía batistiana.
Por sus manos pasaron luego todas las órdenes del Comandante en Jefe durante la guerra de liberación como su asistente personal, y las decisiones más trascendentes después del triunfo en 1959, cuando asumió importantes tareas y responsabilidades, siendo participante activa de los momentos más trascendentales de las primeras décadas del período revolucionario.
En esos años se dedicó a recoger y organizar toda la información referente a la lucha guerrillera para conservar la memoria histórica y a crear muchas obras sociales, como el Parque Lenin, el apoyo a las familias campesinas de la Sierra Maestra y la educación profesional de sus hijos. Fue secretaria del Consejo de Estado, diputada al Parlamento, miembro de la Dirección Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba desde su creación hasta su fallecimiento un 11 de enero de 1980 en La Habana a los 60 años.
Al terminar sus labores del día acostumbraba a llegar antes de la madrugada al periódico Granma, donde el parqueo de su pequeño jeep plástico estaba siempre reservado. Allí junto al director Jorge Enrique Mendoza Reboredo revisaba las planas del diario, le ayudaba a precisar datos con las principales figuras del gobierno a quien llamaba a esas horas y destrabar rápidamente cualquier consulta que fuese necesaria con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz o con cualquier ministro o dirigente.
Por su labor multifacética, su valentía a toda prueba, fidelidad a Fidel y a la Revolución, modestia, sencillez, trabajo sin descanso y eficiencia, es conocida como “La flor autóctona de la Revolución” y una de sus figuras imprescindibles.
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