El día de San Valentín se ha vuelto una celebración tradicional en nuestro país, expresa el afecto y cariño hacia personas amigas, una jornada en la que millones de personas se regalan flores, frases y se entregan obsequios, se crean los buzones del amor y la amistad.
El festejo ha echado raíces y se ha convertido en una producción de ventas de tarjetas de felicitación, flores y hasta regalos.
Los defensores del amor y la amistad abogamos por ser contantes en los sentimientos, con vivos afectos e inclinaciones hacia personas a quienes le deseamos todo los bueno en este mundo.
El amor, es un concepto universal relativo a la afinidad o armonía entre personas, el amor es una virtud que representa afecto, bondad y compasión al ser humano.
En estos duros tiempos la urgencia sigue siendo la Patria, y el amor sigue siendo la clave.
En su materia pura, en su fibra intrínseca y constante, el cubano no está hecho de odios. En todo caso viene de transculturaciones que siempre duelen; viene de pasiones y desprendimientos; de una generosidad que sabe del perdón y hasta de la piedad, esa sin la cual, como nos enseñaron nuestros primeros padres, es imposible que haya Obra verdadera.
El cubano es tan sensible que, a pesar de su entrañable afán libertario, hoy puede entender el terror y el desconcierto de los jovencitos que llegaron en el siglo XIX desde la madre España a vérselas con fieros centauros, nuestros mambises, quienes arremetían a machete limpio porque querían una tierra emancipada y fraterna.
La Revolución triunfante de 1959 nació de una necesidad por levantar al hombre, por emanciparlo y nunca más echarlo sobre sus hermanos. Se hizo para sacar al cubano de la madeja enajenante de los odios; para construirle un escenario de realización, donde lo mejor de la sustancia insular, tan bien expresada en un Ángel como José Julián Martí, pudiese brillar. Y esa excelencia intrínseca es la capacidad para el amor; o sea, para la empatía y la solidaridad.
Por todo eso —y más allá del cambio de época que trajeron las nuevas tecnologías de la información y la comunicación—, la materia esencial del cubano es de amor. Francas excepciones de nuestra norma de bondad y humanidad— ciertos arranques de odio, provenientes incluso de algunos cubanos, quienes se ceban con las adversidades, tragedias y catástrofes sufridas por la Isla en tiempos recientes.
Tras más de seis décadas, los cubanos dando la cara al virus del odio —ese que intenta fracturar la unidad de los cubanos, echar a hermanos sobre hermanos, desdibujar nuestros caminos a posibles soluciones a tanto problema, desdibujar nuestros caminos más sensatos, que son los de los consensos, los equilibrios y la serenidad— lo único temible es la posibilidad de que la barbarie, nacida de la ignorancia, deshumanice a una parte de nuestra sagrada familia insular.
La urgencia sigue siendo la Patria, y el amor sigue siendo la clave. Recordemos las palabras del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, «la Patria es el otro». Es eso: la Patria es el hermano, es la suerte de todos. Es salvarnos juntos, por encima de toda miseria o pequeñez humana. Hoy la Patria es saber amar.