La organización de un grupo táctico especial integrado por combatientes holguineros para el cumplimiento de una misión especial, resulta una historia inolvidablemente viva en mis recuerdos, en mi condición de actor y autor del hecho histórico donde no se perdió tiempo alguno, ya que se trataba de una encomienda del Comandante en Jefe Fidel Castro.
Prácticamente en tres días se alistó este destacamento. Miguel Cano Blanco, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) de la provincia de Holguín en esa época, me llamó y me estimuló para formar parte de esta misión militar. Sin pensarlo, ya que era un alto honor, lo acepté. A la familia con una mentira piadosa le informé que partiría urgente para la Unión de República Socialista Soviética (URSS) a un curso especial. No se podía decir para donde íbamos. Me hice la idea del destino, por una clase rápida que nos dieron de las características de África, y de ambos Congos, el Leopoldville y el Brazzaville.
¿Por qué esa misión para el Congo-Brazzaville?
Justamente el 18 de marzo de 1977 el presidente de la República Democrática del Congo-Brazzaville, Marien N¨’Gouabi, fue objeto de un vil atentado mortal en la propia residencia en el Estado Mayor del Ejército, resultado de una maniobra del ex presidente Massemba Debat y con la participación de personas supuestamente fieles al extinto Presidente. Trágicamente, privaron al país de un hombre de excepcionales condiciones humanas, un indiscutible líder continental, una “destacada figura del África combatiente de la causa de los pueblos contra el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo y que en los duros días de la heroica lucha del pueblo angolano supo demostrar su espíritu solidario e internacionalista
Fidel Castro Ruz, durante su visita a Tanzania precisamente en el mismo día del asesinato de este amigo de los cubanos, y las propias percepciones del Comandante Juan Almeida Bosque, al participar como jefe de la delegación de Cuba a las exequias del asesinado presidente congolés, llevaron a la conclusión de la necesidad de enviar tropas internacionalistas cubanas a fortalecer la defensa con más hombres y armas al referido país con una nueva concepción.
Para el completamiento de esta unidad se hizo por el estado Mayor de las FAR asignaciones por tipos de armas de los Ejércitos, fundamentalmente del Oriental, con la participación de los territorios de Holguín, Las Tunas y Santiago de Cuba, fundamentalmente.
En el ámbito holguinero, las tropas de infantería y artillería fueron concentradas en varios escenarios para una preparación previa y cumplir con todos los trámites para salir de frontera a cumplir con una tarea de esta naturaleza.
La urgencia de situar hombres armados en el Congo-Brazzaville, fundamentalmente en la región de Punta Negra, obligó que paulatina y parcialmente comenzaran a partir para ese destino parte de los combatientes; fue así que una de las primeras compañías en llegar fuera justamente de Holguín y donde estaba incluido el autor de esta obra.
Los combatientes, los escenarios, la preparación para el viaje.
A finales del mes de junio y primeros de julio del año 1977, en la histórica unidad militar mil quince, situada en las alturas de Piedra Blanca, Holguín, fue concentrado el primer grupo en lo fundamental de la especialidad de artillería. También en otro escenario un reducido grupo de reservistas pertenecientes a unidades de la Contra Inteligencia Militar, donde aparecían Jorge Luis Mejía Jamaron, Miguel Ángel Tamayo Fajardo, Ventura Carballido Pupo, y Leonardo Ortega Camero, entre otros, recibieron clases especiales y toda la información necesaria para el exitoso cumplimiento de la misión asignada.
Los oficiales de la CIM, Luis Cuenca Pupo, Pérez Torres, Pupo, Cobiella, Méndez Flores, desde el primer momento se pusieron en función de la preparación general de todos los hombres que habían sido seleccionados para con urgencia partir para el África Negra. Justamente le correspondió al hoy General Retirado Luis Cuenca Pupo, y otros hombres, ser los primeros combatientes en llegar al puerto libre de Punta Negra, perteneciente a la República del Congo, lugar donde se destacarían los internacionalistas cubanos de esa unidad independiente.
Fue así que los primeros 90 a 100 holguineros partimos a finales de julio de 1977 en ómnibus hasta la parte trasera del aeropuerto Internacional “José Martí en la Habana. Que luego de unos días allí, donde pudimos disfrutar de la partida de diferentes destacamentos de combatientes rumbo a Angola transportados en aviones IL-62, y que en algunos casos eran despedidos por altas autoridades cubanas, como Raúl Castro, Juan Almeida y, en una ocasión, por el Comandante en Jefe Fidel Castro.
El primer grupo destinado para el Congo-Brazzaville, viajó en una nave con tripulación soviética y aterrizó en el aeropuerto de Luanda, capital de la República Popular de Angola.
Allí fuimos recogidos en ómnibus militares cubanos pertenecientes a la Misión Militar, (MECA) y nos condujeron y situaron en un autódromo convertido en un concentrado transitorio de tropas cubanas. Que Luego de unos días de estancia en ese escenario abordamos en el puerto de Luanda el Buque de Bandera Cubana “13 de marzo”, el que nos llevó hasta el puerto libre de Punta negra en el Congo.
Además de los hombres, este buque llevaba todos los medios, incluyendo los de trasporte. Allí nos recibieron el General Cuenca Pupo y otros compañeros cubanos. Fuimos trasladados a unos viejos hangares de lo que fue un antiguo aeropuerto francés. Sin dilación alguna fuimos llamados a participar en la descarga de los medios depositados en las bodegas del referido Barco. Se tomaron todas las medidas de seguridad, unos buzos cubanos a cierta distancia rodeando el barco, aplicaban todo tipo de técnica para evitar sabotajes a la nave o los medios, mientras a bordo los marineros y combatientes bajaban camiones Zil 130, obuses de artillería de 122 milímetros y otros, también, todas las armas de infanterías, explosivos, municiones, las fusilerías AK, los alimentos, los medicamentos, colchonetas y otros insumos. ¡Prácticamente nos pasamos una noche en la descarga del “3 de marzo”.
Otro destacamento que partió:
El primero de agosto de 1977 se concentraron más de cien reservistas en la unidad los antiguos “Camilitos” de la ciudad de Holguín a la salida de la carretera a Mayarí, hoy Estado Mayor del Ejército Oriental. Ninguno de los convocados tenía la mínima idea de qué tipo de misión les sería asignada. Si estaban consiente que cumplir con el sagrado Internacionalismo Proletario, en cualquier país del mundo resultaba un alto honor. Con esa fuerza se organizó una compañía con cuatro pelotones, de artillería e infantería, que, junto a otras estructuras y tipos de armas de otros territorios, formarían un Grupo Táctico Especial. A partir de la llegada a este escenario, constante eran las visitas del Comité Militar, de la composición, del mando de la Contrainteligencia Militar y dirigentes del Partido Comunista de Cuba.
Un historiador, como uno de los docentes más que en un corto tiempo impartieron conocimientos elementales de diferentes temáticas, comenzó a caracterizar el Continente Africano, sus formas, su cultura, la situación que presentaban las enfermedades y las tendencias políticas de determinados países del África Negra.
Durante unos diez días se realizaron largas caminatas, aunque se centró la atención en el tiro y el arme y desarme de los fusiles AK.
Allí se hicieron fotografías para el pasaporte y le aplicaron un largo cuestionario de orden personal, trayectorias e informaciones sobre los familiares. Luego permitieron ir un día a visitar a la familia, nunca dijeron si esto sería ya la despedida, como resultó. El día 14 de agosto fueron recogidos en ómnibus y trasladados a un lugar llamado Loma Blanca en la provincia La Habana; una especie de concentrado, donde los combatientes que iban a cumplir misiones le daban la preparación final para el viaje y los proveían con los medios, vestuarios y otros indispensables recursos.
En este escenario ya estaban otros combatientes de varias provincias hasta un total aproximado de más de mil futuros internacionalistas. Allí fue donde se organizó esta llamada unidad independiente o Grupo Táctico Especial, con las distintas unidades que conformarían el grupo Táctico bajo la jefatura del coronel Rolando Marcial Pérez Ramírez.
Allí los políticos de las unidades se reunieron con los combatientes y les informaron sobre la misión encomendada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, que era algo voluntario, por los que no quisieran enrolarse en la misma que dieran un paso al frente. La respuesta unánime de todos era ir a cumplir con el internacionalismo.
Como todo no fue color de rosa, se dieron casos, que en la etapa de formación y preparación de estos destacamentos se acogieron a la voluntariedad de quedarse en Cuba y no enrolarse en esta misión.
A finales de agosto unas columnas de ómnibus llegaron a este campamento, y los trasportaron para el puerto del Mariel. Allí se encontraba el buque “El Jigüe” en el cual se realizó una travesía de 17 días hasta la llegada al puerto libre de Punta Negra, República del Congo Brazzaville.
Cuando llegó esta fuerza, ya los que con anterioridad lo habían hecho, fruto de gran sacrificio por el duro bregar les tenían creadas las condiciones más elementales para hacer vida en esta región. Otras tropas habaneras de artillería pesada llegaron simultáneamente a esta región congolesa con el mismo fin.
Los combatientes y el campamento por dentro
Como consecuencia de residir en un territorio que no era el nuestro, alejados de los seres más queridos, en medio de nuevas tradiciones, otra forma de alimentación, expuestos a los peligros que entrañaba la guerra, la presencia de animales venenosos, enfermedades desconocidas, de tener que convivir en condiciones de campaña, a veces soterrados o, como le llamamos, bajo la tierra, provocaba disímiles inquietudes, generaba momentos de cambios de costumbres, colmados de vicisitudes, desatinos, con el ‛gorrión‛ encima.
Este estado de ánimo obligaba a buscar mecanismos de ajuste emocional donde solo existía una medicina eficaz: el orgullo de ser internacionalista, conscientes de la confianza depositada por Fidel, por Raúl, por nuestro pueblo, y muy especialmente, por nuestros familiares, que como una vitamina para el alma actuaba cual regulador motivacional que nos hacía seguir adelante hasta el final.
No abundaban las cosas que nos alegraran y sí muchas que nos preocupaban y, en momentos así, nos hacía mostrar tristeza que involuntariamente actuaba en nuestra psiquis de manera constante, debido a diversas circunstancias sumamente dinámicas que caracterizaban un panorama con cientos de hombres acantonados en la espera del accionar enemigo o de la necesidad de tener que trasladarte a defender, empuñando las armas, otras tierras.
La añoranza embargaba el alma; con el pensamiento puesto en que un día podríamos estar nuevamente en Cuba, con los nuestros, en nuestra hermosa sociedad, disfrutando el encuentro con nuestra cubanía.
Hay que reconocer que el mando de las unidades, sobre todo de los eficientes políticos, como Antonio Ruiz Rubio, oriundo de “Urbano Noris”, Holguín, lamentablemente ya fallecido, hombre afable con un arte depurado para tratar a los combatientes, de buscarle espacio para lo que llamábamos allí ‛sanidad mental‛; no podemos olvidar a Darío Torres Leyva, secretario de nuestro núcleo del Partido, ni a David Tomás Espinosa Hernández, este último, que aunque era jefe de compañía, vivía en charlas permanentes con la tropa sobre diferentes tópicos que agradaran a la vida del combatiente, entre otros inolvidables compañeros de trincheras.
Ellos se convirtieron en verdaderos hermanos, consejeros, trasmisores de espiritualidad, los que ejercían una influencia positiva en la gente. Ejemplo elocuente de tales conductas, es el actual General de Brigada retirado Luis Cuenca Pupo, que además de monitorear y cumplir con sus serias funciones de máximo representante de la Contra Inteligencia, con su actuar, sembraba confianza y amor entre la masa de combatientes, que mucho agradó a aquella generación de jóvenes su incondicionalidad al servicio de una causa justa.
Fueron tantos los que ayudaron a mantener la disposición combativa, la moral de la tropa y con su conducta pusieron de manifiesto una alta fidelidad a la sociedad que dignamente representábamos, y a nuestros paradigmas, el Comandante en Jefe Fidel Castro y su hermano.
Momentos de honda motivación
Con una mezcla de alegría y tristeza se efectuaban las comunicaciones recíprocas entre los combatientes, sus familiares y amigos en Cuba, y en otras latitudes. La llegada de una carta a nuestras manos repercutía como la ocasión más cargada de alegría que te sustraía por completo de los avatares y pensamientos de la vida militar, calaba tan hondo que resultaba el premio más significativo que recibíamos en aquellas circunstancias.
¿Cómo operaban las posibilidades para recibir y enviar correspondencia? En Cuba eran miles y miles las cartas o telegramas, que se depositaban en todas las oficinas de correos, o se hacían llegar a los diferentes Comités Militares, las que organizadas en valijas eran enviadas al correo central o a la dirección nacional de Correos de Cuba, las mismas eran almacenadas en un área prevista del Aeropuerto Internacional José Martí. Para que estas misivas pudieran llegar a los miles de cubanos diseminados por el continente africano, se usaban los espacios permisibles de acuerdo al peso de las naves aéreas que en lo fundamental hacían viajes regulares o especiales tocando pista en Luanda, donde radicaba la Misión Militar Cubana en Angola (MMCA) u otras ciudades africanas.
Hay que decir que eran tantas las valijas, que resultaba materialmente imposible poderlas transportar a estos territorios vía aérea en una forma ágil y que no llegaran tan tarde. En La Habana, personal especializado trabajaba haciendo una rotación de las mismas, para lograr disminuir sus entregas atendiendo al orden en que fueron remitidas y que no se produjeran los atrasos en las transmisiones; sin embargo, eso no operaba todas las veces así, ya que en múltiples ocasiones, la salidas de vuelos especiales no previstos, fruto de la dinámica en que se vivía, se tomaban los bultos sin tener en cuenta cuales eran las primeras o las últimas, y otra realidad embargaba a los ansiosos receptores cuando podía suceder que nos llegara una carta emitida en una semana, con otra de dos y hasta tres meses de atraso o más, según las fechas cotejadas.
En Luanda, personal de la dirección política se encargaba de seleccionar las valijas por territorios donde había presencia de cubanos. ¿Cómo le llegaban a los combatientes del Grupo Táctico Especial las correspondencias al Congo Brazzaville? Todos los miércoles volaba a la ciudad de Punta Negra un avión soviético tripulado por cubanos, que se le bautizó con el nombre de “chipojo” en atención al color de su estructura, el que entre otras cosas llevaba la preciada carga que nos vinculaba desde el punto de vista de las comunicaciones con nuestros seres queridos, y, al regreso cargaba con las escritas por nosotros para la gran familia en Cuba. El revuelo era muy grande, las emociones hacían que las pulsaciones sanguíneas se elevaran a planos no permisibles. Aquello era un verdadero espectáculo, cuando un combatiente designado, desde la altura, a veces de un promontorio, abría aquellos sacos repletos de cartas, y a viva voz, mencionaba los nombres de los destinatarios.
Eran momentos de intensas emociones donde se ponía de manifiesto una combinación de felicidad y de tristeza; no todos tenían la suerte de que les llegara algo, mientras que otros, como un caso que conocí, en un solo viaje le llegaron más de treinta misivas. Sin exagerar en esta singular historia, aseguro que a los que tenían que bailar con la más fea, en su gran mayoría les brotaban lágrimas de desesperación y frustración. Esa era una inobjetable realidad. Una de las cosas más dramáticas que le podía ocurrir a un cubano internacionalista es que el “chipojo” no le trajera un mensaje de los suyos.
En relación a estos apasionados vínculos con la familia, se daban casos interesantes cuando había combatientes que no solo se dedicaban a escribir a padres, abuelos, hermanos, novias, sobrinos y los que tenían esposa, sino que se presentaban situaciones de algunos como quien escribe este texto, que para motivar a combatientes, que en el orden personal les tenía mucho aprecio, escribía a familiares de ellos ponderando la actitud que estaban asumiendo en la misión con su carga de virtudes que servía de una felicidad recíproca. Recuerdo a mis queridos compañeros de arma, Raúl Agüero de Feria (fallecido) y a Antonio Zaldívar Sánchez, a quien le escribí al hermano de este último, y sobre Agüero, seleccioné a su hermana Ritalis Agüero, y el impacto que esa iniciativa desarrolló, generó mucha satisfacción en estas familias, a tales extremos que en la actualidad esas cartas las atesoran o guardan con mucho amor. Estas y otras muchas cartas que se escribieron a pesar de no ser familia, demuestran hasta donde se ponía de manifiesto la hermanad, la solidaridad y las buenas relaciones entre compañeros de armas y de misión. En realidad, una familia no consanguínea en el exterior, fuera de la Patria, tenía tanta solidez, como aquella enmarcada por la consanguinidad.
La superación Cultural y Política
Por disposición de la Dirección Política Central del MINFAR llegaban a la misión las indicaciones de desarrollar todo tipo de acciones de superación con los combatientes, aprovechando los momentos de reposo. Para lograr dicho objetivo se seleccionaban los profesores entre aquellos que ejercían esta profesión en nuestra Isla, o entre los que sin ser maestros disponían de ciertas habilidades comunicativas para ejercer la enseñanza.
Recuerdo las aulas improvisadas, carentes a veces del material necesario, pero con una activa participación de excelentes educadores, como fueron Lamberto Estrada Godínez, Denis Rabell Cruz, Diosdado Peña, quienes resultaron una verdadera cátedra de enseñanza.
En las asignaturas de Español, Matemática e Historia; Héctor Hernández Martín (Tico, director de los Cachorros holguineros) monitoreaba la preparación física en los matutinos y yo por mi parte, en mi condición de estudiante de cuarto año de la carrera de derecho hacía mis ‛pininos‛ en todo lo relativo a la materia legal y lectura de las noticias de los cables que nos hacía llegar la embajada en Brazzaville y los discursos del Comandante en Jefe Fidel Castro y del Ministro de las FAR, Raúl Castro, junto a los elementos de psicología para buscar mecanismos de ajustes emocional y patriótico en la gente con grandes “teques” al respecto.
Por las noches, los que no montaban guardias, antes de ir a dormir, realizábamos aquellas patrióticas marchas simultáneamente entonando diferentes himnos o marchas revolucionarias que elevaban la moral combativa de las tropas, lográndose un alza en la espiritualidad que irradiaba a la masa de combatientes.
La alimentación de las tropas
La alimentación de las tropas fue una constante preocupación personal de los máximos líderes revolucionarios en Cuba, en especial Fidel, en el sentido de que existiese total y plena seguridad de los recursos de alimentación. Barcos cubanos y soviéticos tocaban diferentes puertos con disímiles productos alimenticios y recreativos. Esa es una realidad incuestionable, pero eran tantos los miles y miles de hombres que estábamos vinculados, no solo en la vida militar, en el internacionalismo, agravado por las limitaciones, que significaba que no todo era color de rosa.
Los platos típicos eran a base de arroz o congrí empegotado, acompañado de sardinas o carne enlatada. No faltaban los potajes de chícharos y los cigarros cubanos de exportación que cada día, a fumadores o no, nos hacían entrega. La gente decía, llegó un barco de sardinas o de chícharos, ya que en ocasiones y por varias semanas se convertía en la preferida “sugerencia del Chef”. Sobre este particular quiero referir una interesante anécdota. Leonardo Ortega, habanero holguinero, previa anuencia del sustituto para el trabajo político, y este autor, planteamos al mando la conveniencia de hacer cambios con los nativos, de latas de sardinas y otras carnes de pescado enlatadas con cifras suficientes que disponíamos por plátanos maduros, o los llamados “guineos” o platanitos y de algunas frutas como el mango.
Las gestiones resultaron altamente escabrosas ante la presencia de algunos esquemas. Hubo que destrabar el asunto, ya que por algunos se entendió que esa propuesta se trataba de un trueque, actividad está muy perseguida entre la tropa. Como “jurídico” el teniente Teodoro Gómez trató conmigo el tema, y le argumenté que los nativos de los kimbos o aldeas, sentían predilección por la sardina, que a nosotros esa alimentación nos tenía totalmente cansados, y que ellos disponían de algunos productos que ayudarían a mejorar nuestra alimentación, y si bien se podía dar esa interpretación, no se trataba de un intencional trueque, sino de intercambio amistoso y racional lo que nos ayudaría tanto a ellos como a nosotros. Fue así que pequeñas latas de productos del mar, se convirtieron en medio de cambio para los agradables bienes procedentes de la agricultura.
Hay que reconocer, que para demostrar nuestra honestidad y nuestra solidaridad, siempre dábamos más de lo que recibíamos. Ejemplo: una caja de sardinas era cambiada por uno, dos o tres racimos de platanitos y otra por dos latas de mango. También por esta vía adquiríamos mandiocas, una especie de yucas grandes, y sagú que lo utilizábamos para hacer un buen atol en el desayuno. Esto aunque no fue una práctica cotidiana, solo ocasionalmente, nos permitía variar el menú a la hora de poner la “mesa”, lo que resultaba un marco propicio de beneficios a los nativos. de modo que no se convirtiera en negocio de nadie.
Como algo especial, para celebrar o conmemorar el dos de diciembre, Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, desde Cuba, nos hacían llegar una cuota de Habana Club por combatiente, algunas cervezas Hatuey, y el presupuesto correspondiente para adquirir carne de cerdos lo cual permitía preparar una cena especial para la ocasión. Había unidades que trataban de criar cerdos con ese fin, ya que este era un producto cotizado extremadamente caro en esos territorios, otros tendríamos que buscar en las mercaderías las posibilidades de adquirirlos.
El Músico combinando fusil y acordeón
El holguinero conocido por el chino Rubén, que ya con anterioridad había cumplido misión en el sur de Angola, se alistó en este grupo táctico, llevando a cuesta un acordeón que utilizaba y, con sus acordes hacía la vida agradable. Recuerdo a un grupo de combatientes que disfrutaban de lo lindo acompañando a nuestro músico en diferentes momentos: René Prieto Santiesteban, Félix Bonaga, Rodolfo Alverjas, Diego Cecilia, Jorge L. Zúñiga Fernández, Rafael Rodríguez Laborí, Saturnino Hurt, Edgar Rodríguez, Norge Santiesteban, Rafael Godales, Juan José Arce Crespo, Miguel Maturana, Luis Ortega Batallán, muchos ya fallecidos, aunque no tenían dotes de improvisadores o cantantes, hacían coros para amenizar las actuaciones culturales. Este artista con su instrumento musical resultaba un elemento importante ya que, mediante sus canciones, muchas de ellas de corte romántico generaban motivaciones, y a la vez, añoranza entre tantos hombres que allí estábamos empuñando las armas del internacionalismo.
FRACCIONADO EL PEQUEÑO GRUPO INICIAL
Aunque los hombres vienen con un sello de preparación que respondía a la parquedad de espacio que debíamos ocupar dentro de las unidades, la praxis o los imperativos de la necesidad te hacían desenvolverte en varias tareas o responsabilidades. Además de otras funciones, fui tirador de artillería, chofer de camión ZIL 130, activista político-jurídico, y terminé como asistente del Fiscal Jefe, de la Fiscalía correspondiente a la guarnición de Cabinda, donde tuve que discurrir, tanto en las actividades de instrucción penal, control legal en las unidades, divulgador jurídico y otras misiones, sin dejar de estar con el fusil a cuestas.
Toda la actividad del combatiente se desenvolvía en un ambiente de fraternidad y compañerismo, y resulta justo reconocer que en los vínculos interpersonales se presentaban escollos o fisuras que había que enfrentar. Una forma de usted buscar alivio espiritual cuando está tan alejado de sus familiares, es encontrar esos espacios entre sus compañeros de armas. Aunque tuve una amplia amistad con todos, había un grupo con más afinidad.
Fuimos cuatro los reservistas de la CIM que recibimos la preparación necesaria a la hora de alistarnos en esta misión. Desde esos precisos momentos siempre andábamos en Cuba para arriba y para abajo con los oficiales de esta especialidad, Luis Cuenca Pupo y el teniente coronel Pérez Torres, entre otros. Resulta que, por la dinámica propia de una misión de esta naturaleza, llegó el momento en que todos tuvimos que tomar diferentes caminos o espacios sin perder nuestra activa condición de combatientes internacionalistas. De esta forma Miguel Ángel Tamayo Fajardo pasó a una actividad de apoyo al Consulado cubano; Jorge Luis Mejía Jomarrón, quedó estable en Punta Negra; Leonardo Ortega Camero, enfermó y fue trasladado para su atención en Luanda, y este autor, como era estudiante de derecho, fue situado como asistente del Fiscal de la guarnición Cabinda, pero manteniendo contactos de atención con el GTE radicado en el Congo.
Es cierto que, desde el punto de vista de la calidad de vida, fui favorecido, ya que el cambio entre tener que estar en un campamento militar realizando fuertes actividades, entre ellas hasta de manejar un camión Zil-131 con un cañón detrás, al pasar a realizar funciones de asistir al fiscal, trabajaba en una oficina, con máquina de escribir, la alimentación era mejor elaborada y hasta teníamos actividades de recreación como disfrutar de alguna película.
Lo más peligroso era que constantemente tenía que realizar viajes en funciones de trabajo, entre Cabinda y Punta Negra, así como hacer requisas a combatientes ―labor preventiva en evitación de violación de los reglamentos―, impartir charlas jurídicas o trabajo patriótico ideológico, y en el avión de un solo motor, similar a los que usamos aquí para la fumigación, lo teníamos que hacer a baja altura, próximo a la selva de Mayombe donde estaban los contrarrevolucionarios del llamado Frente de Liberación de Cabinda (FLEC), por lo cual volábamos en las profundidades del territorio marítimo, ya que al existir el latente peligro de que con un simple fusil podían abatir nuestra nave.
Allí tenía tareas complejas como garantizar la seguridad de los combatientes que por indisciplinas o conductas delictivas estaban sometidos a un régimen de control o detención previa, y la parte más dolorosa era cuando tuvimos que organizar funerales y luego el enterramiento de los combatientes que perdían la vida en los combates o por accidentes.
Momentos muy tristes vividos
No por sensibles estas son cosas que hay que contarlas en su justo medio, porque formó parte de la realidad que le tocó vivir a los hombres y mujeres que se sumaron a la noble labor de ayuda a otros pueblos y tienen que ver con los combatientes que por diferentes motivos perdieron la vida en misiones internacionalistas.
Esta experiencia para mí fue la más conmovedora, cada vez que me tocó, en mi condición de asistente del fiscal, enfrentar situaciones de deceso de compañeros, mi primer pensamiento se centraba en sus familiares en Cuba y lo traumático que esto les iba a resultar. Es bueno conocer que los cubanos en Cabinda teníamos un cementerio o una parte de él, donde le dábamos sepultura a nuestros fallecidos. Los principios éticos y humanistas se ponían de manifiesto cuando los combatientes sustituíamos a los seres más queridos en el dolor y en los actos velatorios. Es lógico que no lo hacíamos de la forma tradicional que se hace en Cuba, pero no faltaban las flores, el brotar del llanto de los compañeros y el enterramiento digno y seguro en un marco de total respeto y dolor.
Cuando se procedía a situar en el cementerio a un cubano caído en combate o muerto por otras causas, se le introducía en la boca su chapilla con el número que le correspondía como a todos, se llevaba a un registro con todas las generales, causas de la muerte y otros detalles. Cada vez que un cubano internacionalista moría se elaboraba un amplio y transparente informe que sin dilación se le enviaba al Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl Castro, y por su conducto al Comandante en Jefe, Fidel Castro.
Era una tarea sagrada, inviolable, comprometedora, de imponer con tal premura a la máxima autoridad de nuestra Isla Mayor el deseso de cualquier compañero y sus causas.
Los cubanos, la única riqueza que trajimos cuando regresamos a Cuba, fueron nuestros muertos y el sagrado deber con la patria amada.
No resultábamos ser mercenarios que íbamos a buscar cosas materiales. Éramos internacionalistas y nuestro único privilegio era defender la causa de pueblos hermanos. Eso fue lo que me llevó escribir esas reflexiones que uso como colofón para dar terminación a esta obra.
No traíamos en la barriga del avión ninguna maleta con bienes materiales para regalar a los familiares y amigos en nuestra querida Isla.
Como «equipaje de mano» solo traía un pequeño bolso que regalaba la línea aérea angolana y en él entre las cosas de más valor dos pañuelos de mujer para el pelo regalados por un militar angolano de la Defensa Civil, radicado en Cabinda, y un paquete de cigarros cubanos de exportación del que nos llevaban los barcos al Congo como regalo a mi atribulado padre. También, ropa interior para cambiarme cuando llegara a La Habana y una camisa, documentos que amparaban estímulos otorgados por la sección política de una de las unidades en las que estuve y de la Fiscalía Militar donde culminé mi estancia, junto a mi chapilla de combatiente número 54295 que atesoro aún con mucho amor.
En mis bolsillos no traía ningún dinero, porque no éramos mercenarios que fuimos a la guerra a exponer la vida por riqueza, florecimos como combatientes Internacionalistas, de la gente de Fidel y de Raúl, representando a nuestro pueblo, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a cambio de nada.
La mayor estimulación no era llegar a encontrarnos con la familia y colmarlas de regalos, como suele ocurrir, en estos tiempos en que redacto esta crónica; el gran caudal de motivación que nos animaba era el cumplimiento de la tarea que se nos había encomendado, y recibir el cariño y homenaje como así fue, de nuestros compatriotas acá, de mi familia, y del fuerte apretón de manos del General de Ejército Raúl Castro y otros oficiales de las FAR que nos dieron la bienvenida.
Nos bajamos de aquel inmenso avión IL 62-M de la aerolínea soviética sin nada material. No tuvimos que ir a recoger ningún equipaje. Nuestra riqueza más grande fue la moral, el patriotismo y la satisfacción del deber cumplido con Fidel y el Partido.
De igual forma les ocurrió a los combatientes del Che a su regreso en 1965, y a todos mis compañeros de armas. Esa es la grandeza sui géneris de los internacionalistas cubanos que formamos parte de la Operación Carlota y otras misiones en otros países. Sin apego a nada material, todo fue felicidad. Nuestra mayor tristeza es que no todos regresamos vivos.
Para no ser confundido, despojado de protagonismo alguno, inserto estas notas, en otro contexto, ya que sin perjuicio de que los colaboradores actuales y futuros reciban su estimulación económica, como algo lícito, porque si no ¿de qué viven o de qué vive nuestra sociedad? Vale la pena este contenido que recoge los postulados de desinterés de los combatientes cubanos internacionalistas de aquella época para que este ejemplo sirva de alguna manera para tratar de minimizar el avance de la metalización voraz e incesante de muchos que en estos momentos afloran con mucha fuerza, con ausencia de aquella firme posición ética nuestra.
También le puede interesar: https://www.holguin.gob.cu/modules/mod_news_pro_gk5/cache/julio2021.portadansp-225.jpg
Cuando haga su comentario tenga en cuenta que:
- No debe usar palabras obscenas u ofensivas.
- Los comentarios deben estar relacionados con el tema.
- No se publicarán los comentarios que incumplan las políticas anteriores.
-Los comentarios no se responderán de forma instantánea, pues los funcionarios responsables tienen que hacer un análisis de los mismos para sus respuestas.